martes, marzo 24, 2015


Un viaje a los umbrales de la imaginación

Cinco años atrás, Yolanda de la Torre recibió la invitación de coordinar un taller literario para personas con alguna alteración neuropsiquiátrica en el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía Manuel Velasco Suárez. Los lunes, de 10 a 12, cumplía un ritual que era para ella el conocimiento de un territorio nuevo, y por el que, como escritora, acaso podría tener acceso a un universo de historias. En el proceso se dio cuenta de que esa memoria no le pertenecía, pues cada quien tiene el derecho de armar su propio rompecabezas; y también, como una rara jugada del destino, empezó a sufrir una serie de alteraciones, aun sin diagnóstico preciso, que la llevaron a convertirse, ahora, en paciente del mismo Instituto.
El adentro y el afuera terminaron por confundirse. Entre una cosa y la otra armó la antología Umbrales, publicada por la propia entidad médica, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (a través del Centro de Cultura Digital) y Ediciones Acapulco, que con textos de los asistentes, fotografías de sus manos en el acto de la escritura, transcripciones y facsímiles de los ejercicios literarios, da cuenta de esa experiencia que recuerda lo dicho, hace varias décadas, por André Breton: “No será el miedo a la locura lo que nos obligue a bajar la bandera de la imaginación”.

Vivir en el sueño

En el libro no hay nombres (por respeto a la privacidad de los enfermos), sólo palabras: “Tengo la esperanza de dormir en paz cada noche”; “Cavilar y volver a soñar, soñar despierta y vivir en el sueño, jamás despertar”; o “Quiero escribir historias que conmuevan a quienes las lean, poemas que la gente use para decir sus propias emociones”.
—¿Cuál fue la propuesta inicial del taller?
—En principio era ofrecer a los pacientes una actividad recreativa nueva, complementaria de las que se dan normalmente, como manualidades o pintura, y se trataba de vaciar emociones, contar sus vidas. Yo me preguntaba cómo podía hacerlos escribir y compartir lo escrito, en algo que parece simple pero que no lo es porque las personas estamos condicionadas a nuestra historia; en términos de la psicología alternativa, la narrativa equivale a la identidad. Se les daban hojas blancas y lápices que se les retiraban al terminar la sesión. La población no es estrictamente psiquiátrica sino neuropsiquiátrica; es decir, sí están los esquizofrénicos y mucha gente catalogada en distintos padecimientos mentales, que en este caso devienen de infartos cerebrales o cualquier otro accidente vascular o de otro tipo. Las enfermeras eran quienes encaminaban a quienes consideraban podían estar en el taller, aquellos que se veían más lúcidos.
Recuerda Yolanda de la Torre que en la primera sesión había una mujer que había sufrido en su casa un asalto salvaje, y que por el daño neurológico causado por los golpes no podía hacer las mínimas actividades motoras y había incluso perdido la memoria. “Para cuando yo la vi, ya había recuperado la memoria. Desafortunadamente era así porque recordaba la paliza y quién se le había dado. Y se había vuelto consciente de que no iba a volver a ser la que había sido antes. Mientras yo trataba de llevar a los otros miembros del taller a textos más o menos esperanzadores, ella se negaba a participar porque decía que nos pondría a todos tristes. Y lloraba. Ahí descubrí que el llanto es como el bostezo: llora uno y lloran todos.”
Con el tiempo, esta mujer logró escribir su nombre, en un esfuerzo motriz importante. También empezó a participar en los comentarios. Luego ya verbalizaba lo ocurrido; lloró, sí, y fue consolada por el grupo, se dejó acariciar. Un día sonrió. A la semana siguiente, ya no estaba en el hospital.

Encerrados, pero no solos

—¿Con qué ánimo enfrentabas las sesiones?
—Ha sido complicado porque en los últimos años yo misma he estado lidiando con mis emociones. La gente me decía: “Si estás pasando por una depresión, ¿no es muy depresivo dar clase a gente que está muy mal?” La verdad es que no, y empecé a tener la maravillosa sensación de ser útil. Me di cuenta de que lo que estaba haciendo tenía un impacto efectivo, positivo, en los pacientes. El acto imaginativo tenía un efecto anímico inmediato. Salían abrazándose, y con la sensación de estar encerrados, sí, pero no solos. Siempre hablé ahí del “nosotros”, jamás me excluí del grupo. Mi gran privilegio fue ser una enferma que trabajó con otros enfermos iguales a ella.
—¿Cuál fue el momento más difícil?
—Había mucho problema con las drogas, sobre todo en los jóvenes, y mucho delirio religioso. El lugar estaba lleno de profetas y pitonisas. Para no causar conflictos, yo les prohibí hablar de futbol, política y religión. Había un hombre que conversaba con coches. La única vez que me sentí en riesgo disertaba yo sobre la libertad, el libre albedrío; y a una mujer que estaba al lado mío se le cambió la mirada y la voz, y dijo: “¿Estás insinuando que la gente puede hacer lo que quiere? Eso no es cierto, ¡yo soy Dios!” Y se levantó molesta; era un Dios colérico. Llegaron entonces los enfermeros y se llevaron a Dios.
El proyecto va más allá del libro publicado; en el portal umbrales.mx también pueden consultarse los textos de los asistentes al taller literario.

Marzo 2015

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