jueves, enero 07, 2010



Chat en El Universal sobre Josefina Vicens

Saludos a todos, a propósito del libro Josefina Vicens: la inminencia de la primera palabra (Ediciones sin Nombre/Claustro de Sor Juana, 2009), de Daniel González Dueñas y Alejandro Toledo, hablaremos con este último de una autora quizá no muy conocida pero que ha creado una corriente secreta de lectores.
¿Por qué la edición de las novelas de Vicens, del FCE, no trae el prólogo de Octavio Paz a El libro vacío?
—Discutí el tema con la entonces directora del FCE porque me extrañó no ver ese texto, y me explicó que el problema fue con la viuda de Octavio Paz, ella fue quien retiró esa carta-prólogo que en otras ediciones acompañaba El libro vacío. Es importante tomar en cuenta esas líneas porque Paz de algún modo fue influido por Vicens; véase, si no, El mono gramático.
¿Se ha hecho un libro con las crónicas taurinas de Josefina Vicens?, y, ¿cómo considera que eran esos textos de ella?
—No conozco sus crónicas taurinas; sé que hubo el proyecto en la UNAM de recopilarlas. Ella firmaba como Pepe Faroles, y hay la anécdota, que contamos en el libro, de un torero que molesto por la crítica amenazó con golpear a Pepe Faroles... Cuando se presentó a la redacción conversó con ella, y en algún momento Josefina le preguntó que a qué hora comenzaría a golpearla, pues ella era Pepe Faroles.
¿Cuál sería la relación de El libro vacío de Josefina Vicens con su escasa producción literaria?
—En los diálogos con Josefina Vicens ella aseguraba que un conflicto suyo, el de la escritura, se lo había heredado al protagonista de El libro vacío. Eran, digamos, compañeros del mismo dolor. Ella, no obstante, trabajó muchos guiones cinematográficos y cuando sintió que podía escribir una nueva novela emprendió Los años falsos.
¿Existe realmente una escritura femenina? y si esto es verdad, ¿la de Josefina Vicens podría considerarse como tal?
—Es difícil definir a la escritura de Josefina Vicens como “femenina” ya que los protagonistas de las dos novelas son hombres, y ella, cuando escribía de toros o de política, firmaba como hombre. A veces digo que es ella uno de nuestros grandes narradores; y que García Ponce, conocedor de lo femenino, es una gran escritora.
¿Josefina Vicens ha influido en otras escritoras mexicanas?
—Yo encuentro esa relación que comenté antes entre El libro vacío y El mono gramático, de Octavio Paz. Tiene Josefina, como dije, una corriente secreta de lectores. En Uruguay, ahora que apareció la edición del FCE, encontraron que un autor suyo, Mario Levrero, autor de El discurso vacío, pudo haber reescrito de manera oculta a Josefina.
¿Qué otros libros en la literatura universal abordan el problema de la escritura en la escritura misma, como es el caso de El libro vacío?
—Uno de los primeros es Don Quijote, claro; habría que revisar el Tristram Shandy, de Sterne... Cito por ahí Los monederos falsos, de Gide. Entre otros. En busca del tiempo perdido, de Proust, narra el camino que conduce al narrador Marcel hacia la escritura.
¿Por qué es tan importante Josefina Vicens, porque es de las pocas mujeres que escribieron en su época o porque realmente tiene un valor literario?
El libro vacío es una maravilla, es una obra que mira más allá del género (sexual o literario), entrañable, además, pues el conflicto de la escritura no es descrito desde la inteligencia sino desde la sensibilidad, la humanidad de su protagonista, que es, por otro lado, un ciudadano común, no un intelectual.
Estimado Alejandro, me gustaría saber si existe alguna otra novela publicada o inédita de Josefina Vicens, además de El libro vacío y Los años falsos. Por otro lado, podría decirme cuál fue el vínculo entre la escritora Aline Petterson y Vicens, pues la primera realizó el prólogo en la edición más reciente de las novelas mencionadas, por parte del FCE. Para finalizar, ¿hay algún otro monumento erigido en memoria de Josefina, además del que se ubica en el parque Los Insurgentes, de la colonia San José Insurgentes, en la ciudad de México? Le envío saludos.
—Cuando conversamos con ella era reciente que había perdido la vista. Tenía alguien que iba a leerle a su casa, e intentó dictar, pero se dio cuenta de que no podía hacerlo. Hay un cuento por ahí rescatado por Eduardo Cruz, creo; están las crónicas taurinas, que sería bueno juntar... Con Aline había un parentesco, me parece; no conozco las novelas de Aline Petterson y no sé si influyó en ella.
¿De qué manera se ve reflejada la corrupción del régimen priísta en Los años falsos, de Vicens? ¿Puede profundizar al respecto?
—El guión que más apreciaba Josefina, de los muchos que hizo, incluido aquello de las señoritas Vivanco, era Renuncia por motivos de salud. Tanto en ese guión como en Los años falsos se dibuja muy bien el panorama político de entonces, las figuras paternas poderosas y castrantes son reflejo de un estado social... Estoy apuntando ideas, aquí la escritura debe correr muy rápido.
Josefina Vicens es una de mis escritoras favoritas. Estoy estudiando la relación entre Vicens y Campobello, ¿qué podría decir usted al respecto de esta posible relación entre las dos escritoras?
—El mundo de Campobello es la infancia y la guerra; Josefina habla en Los años falsos de una infancia robada... En cuanto a la imaginación de Campobello pienso más en Felisberto Hernández, en donde aparece esa dinámica del adulto que recrea la forma de mirar de un niño.
¿Qué analogías existen entre la solitaria obra de Josefina Vincens y Juan Rulfo?
—Fueron amigos, ambos son autores de dos libros importantes. Quizá estos casos demuestran que ese perfil del escritor prolijo, que hace “carrera” literaria, a lo Carlos Fuentes, no es siempre el mejor camino.
¿Puede pensarse que a Josefina Vicens le ocurrió lo mismo que a Juan Rulfo, tras el éxito y el acierto de sus dos libros, dejó de escribir?
—No fue así. Entre un libro y el otro corrieron veinte años. Más bien Josefina esperó el momento en que estaba lista para la segunda novela.
He leído las dos novelas maravillosas de la gran Josefina Vicens y el libro de conversaciones, ¿cómo es la experiencia de escribir a cuatro manos con el maestro Daniel González Dueñas?
—Bromeábamos con esta imagen, de que el trabajo entre González Dueñas y yo era así: uno dictaba y el otro escribía lo que le daba la gana, o modificaba la redacción a su gusto. Empezamos con máquina de escribir y teníamos que hacerlo todo en persona, juntos... Ahora es un correo que va y otro que vuelve. La verdad, internet cambió las cosas y se perdió algo de magia.
¿De dónde sale el título La inminencia de la primera palabra? Creo que es uno de los títulos más bellos que he visto.
—Viene del final de El libro vacío, donde el personaje busca esa primera palabra que hará disparar la novela que intenta escribir.
¿Por qué pondrías a El libro vacío a lado de los raros de la literatura?
—El problema de las rarezas literarias es que cada quien arma su propia galería. Decía una amiga que lo raro es hermano de lo feo... No creo que sea así. Quizá funciona mejor la distinción entre famas y cronopios: hay escritores que quieren ser muy vistos, y otros que apelan a la discreción y que por eso parecen raros. A mí me parecen más raros los otros.
Hola, Alejandro, soy Ana Clavel. Los felicito por este libro sobre una autora fundamental de nuestra literatura. Dos preguntas: ¿Cuándo presentan el libro? ¿Qué complicidades literarias compartes con Vicens?
—No hay aún fecha de presentación. ¿Complicidades? No sé, con Josefina no se hablaba de libros, o sí se hablaba de libros pero sólo en relación con algo más importante que era la vida, la vida diaria, directa. Es una de las personas más vitales que he conocido; incluso su curiosidad por la muerte era muy vital.
¿Cómo conociste a Josefina Vicens?
—Daniel la tuvo como maestra en el CCC... En la UNAM se planeó la edición de las dos novelas, reunidas por primera vez, y Marco Antonio Campos nos propuso que la entrevistáramos para acompañar la salida del tomo. En ese entonces también salió un disco en Voz Viva.
¿Por qué surge la necesidad de entrevistar a la autora?
—Fue un género que practiqué desde mis comienzos en la literatura. Me gustaba leer los libros y comentarlos con los autores, crear un diálogo abierto sobre ellos. Daniel y yo lo hicimos también con Roberto Juarroz, con Tomás Segovia... El requisito era, por supuesto, conocer la obra.
¿Cuál fue tu impresión al conocer a Vicens?
—Sólo diría que era un ser entrañable, de una gran humildad.
¿Qué editorial es la que está publicando tu libro y en dónde lo encontramos para adquirirlo?
—Editan Ediciones Sin Nombre y el Claustro de Sor Juana, habría que buscarlo en las principales librerías... O a través de la página de Ediciones Sin Nombre.
¿Por qué elegir a Josefina Vicens?, ¿cuál es el motivo o la circunstancia para elegir a esta autora tabasqueña para publicar un libro?
—La elección se da por la lectura. El libro vacío, sobre todo, le enseña a uno lo que es escribir, que no tiene nada que ver con hacerse famoso o salir en televisión, sino como búsqueda de una verdad personal, el saber quién eres y qué quieres.
Me interesa la analogía que trazas con El mono gramático de Octavio Paz, ¿qué similitudes encuentras con El libro vacío?
—Son dos libros que recorren los caminos de la creación. Creo que el prólogo de Paz a El libro vacío nos da pistas de lo que intentaría luego en El mono gramático.
¿Por qué si Josefina es una escritora tan maravillosa, no es conocida su obra, ni se ha hecho suficiente difusión de sus importantes aportaciones a la literatura?
—Su obra se difunde de la mejor manera, entre los lectores. Estamos acostumbrados a la gran difusión, que suele esconder grandes vacíos.
En el libro de La inminencia... Josefina habla de su poca educación académica y que su educación literaria la recibió de sus lecturas, ¿qué autores sabes que influenciaron en ella?
—No hablaba mucho de eso, entiendo que al crear a sus personajes se interesaba tanto en ellos que sus lecturas pasaban a un segundo término. Creía en la vida de sus personajes y los acompañaba en sus cuitas.
Buenos días señor Toledo, por favor nos podría platicar un poco más sobre Josefina Vicens, ¿cómo surge su gusto por la escritura, cómo se formó su carrera como escritora, por qué es tan importante dentro de la narrativa del siglo XX?
—Nuestro libro arranca con un texto autobiográfico, relato de la vida de Josefina Vicens: su paso por la burocracia, su experiencia en el cine como guionista y defensora de los guionistas. Cerramos el libro con dos entrevistas, con Matilde Landeta y Jaime Casillas, que hablan de esa vertiente cinematográfica. Ahí sí tuvo una carrera, en la literatura hizo lo que hizo: escribir dos novelas maravillosas.
¿Cuál fue el verdadero motivo por el cual firmaba con seudónimos? Se podría pensar que por la época en la cual vivió, pero, ¿su renombre no fue suficiente motivo para que se reconocieran sus participaciones en los periódicos?
—Quizá se trataba de decisiones personales, se sentía más a gusto escribiendo como hombre.
¿Existe el Voz viva de Josefina Vicens leyendo El libro vacío? ¿González Dueñas y tú no tuvieron la tentación de grabarla leyendo sus libros?
—Tuvimos una discusión con ella sobre el disco. González Dueñas conocía la versión radiofónica de El libro vacío, con un locutor que había encarnado a José García; en el disco es una actriz, Aurora Molina, creo, la que lee fragmentos de El libro vacío. Josefina prefirió esa versión, y no le incomodaba que una mujer leyera el papel de un hombre. Sintió que así debía ser.
¿Por qué Vicens es una autora poco estudiada en la literatura mexicana? ¿A qué se debe esto?
—Estudios hay varios. Por desgracia, se tiende a distinguir escritura femenina y masculina, y la obra de Josefina ve más allá de esos horizontes, me parece.
Tuve la suerte de conocer a Josefina en persona y me parecía una persona muy interesante. ¿Por qué piensas tú que no se le ha dado el reconocimiento que merece por su producción literaria y su obra cinematográfica? ¿Existe alguna antología con su obra?
—Por fortuna el FCE tiene en librerías un tomo con las dos novelas. En cuanto al cine, el que ella sentía como uno de sus guiones más logrados era Renuncia por motivos de salud, que circula en dvd.
Josefina Vicens se identifica con José García, sin embargo de la mujer de José dice que era “sabia”: “...esa sabiduría diaria, terrena, inmediata”. Eso me suena más a Josefina que las características de José. Tú qué crees, ¿era Josefina más como José o como su mujer?
—Tengo la impresión de que todos, hombres y mujeres, tenemos lados masculinos y femeninos, que se manifiestan en distinto grado, según sea el caso. Josefina profundizó más en los personajes masculinos; las mujeres de Los años falsos parecen salidas de una película mexicana, resignadas a su suerte, dependientes del hombre.
Hola, Alejandro: llama la atención tu incursión en Vicens, después de tu afición a Juarroz. Saludos.
—Son de latitudes distintas y de formas escriturales diversas. No los siento ni muy juntos ni muy ajenos. A Juarroz le acomodaba el poema, o incluso el fragmento, por influencia de Porchia; Josefina es novelista. Como ríos profundos que son, debe haber cauces que los unan.
Landeta imaginó llevar a la pantalla grande El libro vacío: la propia Vicens malamente la desengañó, creo yo, engañándola aún más, pues a La Peque le gustaba tanto Tarkovsky que seguro se daba cuenta que su libro podría llevarse al cine. Imaginémoslo: ¿quién podría dirigir o siquiera ensayar un guión? ¿quién sería José García? ¡La esposa!
—Sería como el caso de Farabeuf, de Salvador Elizondo, obras de una escritura tan concentrada que es difícil, aunque no imposible, llevar a la pantalla.
¿Se sabe qué lugar ocupaba en la Plaza de toros México Vicens?
—No tengo ese dato. Me interesaría leer las crónicas taurinas. En el libro refiere su experiencia en la fiesta brava, su sentir en torno a la relación del toro y el torero como una danza.
¿Cómo fue la relación con Josefina Vicens?, ¿cuál es el mejor recuerdo o anécdota que vivió con ella?
—La experiencia fue esa, haberle pedido que nos recibiera en su casa por las tardes, durante una o dos semanas, para hablar de su vida y de sus libros.
¿Por qué hay tan pocas fotos de Josefina Vicens? Acaso dos, creo.
—Así pasa cuando sucede, diría Perogrullo. Dos fotos, dos libros, no está mal.
En alguna lectura grupal de El libro vacío concluimos que José García era como un dios pagano que tomaba la medida de los hombres, se metía en un traje de contable y que sus notas eran un ir hacia su condición divina. Incluso, hacia el final de la novela, lo que podría considerarse un indicio de la muerte del protagonista, se podría tomar como un desprenderse de su cuerpo humano para regresar a su papel de dios citadino, ¿crees aceptable esta lectura?
—Yo relaciono el final de la novela con el final de La muerte de Iván Ilich, de Tolstoi, por esa revelación que tiene el personaje antes de morir. En El libro vacío esa iluminación es menos mortuoria, me parece; es más bien la vida la que lo está llamando.
Hola antes que nada es un honor charlar con un escritor mexicano, de hecho yo escribí una novela y estoy cocinando la otra, pero no hay oportunidades para los nuevos. ¿usted cree que sería conveniente seguir adelante, después de tanto tocar puertas?
—Dicen que las obras de mérito nacen venciendo resistencias, interiores y exteriores. De eso se trata.
Esto no es pregunta es un comentario: en la galería de arte El Jaguar Despertado, en Villahermosa, vendían, espero que aun lo hagan, el disco de El libro vacío en voz de la señora Josefina Vicens, una cosa tremenda, y en disco de vinilo, una joya.
—El disco incluye un mensaje grabado de Josefina; y luego la lectura de Aurora Molina de fragmentos de El libro vacío. Alguien debería rescatar esas cintas de Radio Educación de las que hablé antes, en las que un actor representaba a José García. Con ella oímos, en su casa, esa lectura, que era nuestra propuesta para el disco.
¿Realmente quien fue Josefina Vicens como escritora?
—Es autora de dos novelas de gran importancia literaria, si no para la “nación” sí para la República de los lectores.
Agradecemos la presencia de Alejandro Toledo y a todos los que participaron en esta entrevista digital.

Enero 2010

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viernes, enero 01, 2010



Marco Antonio Millán: un perfil

Hay una fotografía, tomada frente a la Catedral (sin que esto represente filiación religiosa alguna, aunque a algunos se les incluya entre los Ocho poetas católicos), en donde aparece al que se podría considerar como el grupo base de la revista América. En el extremo izquierdo, de traje y con sombrero, lentes y portafolios, está Efrén Hernández; luego, de cabello corto, falda clara y una especie de chamarra, se ve a Dolores Castro. Al centro coinciden tres dramaturgos: con ropa informal y una gran sonrisa, Emilio Carballido; con vestido oscuro y sujetando firmemente una bolsa de mano, Luisa Josefina Hernández; y de chamarra, Sergio Magaña. Éste se mira pequeño junto a Marco Antonio Millán, de traje, quien tiene a su izquierda a Rosario Castellanos, con blusa blanca y falda negra, en actitud casi monjil… A través de los años he visto esa imagen por lo menos en tres casas (las de Efrén, Dolores Castro y Millán), y ha de suponerse que se hicieron de ella tantas impresiones como el número de personajes que ahí se juntaron. De entre ellos, el menos conocido es Marco Antonio Millán (1913-1999), cuyas memorias, bajo el título La invención de sí mismo, acaba de publicar Conaculta.
En parte por su más de 1.80 de estatura, pero también por un torrente verbal en donde desfilaban en extravagantes anécdotas figuras como Porfirio Barba-Jacob, Pablo Neruda, Salomón de la Selva, Juana de Ibarbourou, Juan Rulfo o José Revueltas, entre muchos otros, daba Millán la impresión de construir a cada golpe de recuerdo un universo fantástico paralelo al de la literatura latinoamericana tal y como nos es referido oficialmente, como el gigante que cuenta sus andanzas increíbles en una tierra en apariencia ya vista o ya domesticada. Quizá porque no dejó obra conocida, o porque dedicó sus mayores esfuerzos al trabajo editorial, el nombre de Millán no suele acompañar a esos contemporáneos de gran brillo con los que tuvo relación estrecha. Pero estuvo ahí, y sus méritos ha de tener quien reunió a tantos talentos, como puede constatar el que encuentre en los estantes de alguna biblioteca especializada cualquier tomo de América, la “revista antológica” que él dirigió. En el número 70 (septiembre de 1956), por ejemplo, hay adelantos de Las palabras perdidas, de Mauricio Magdaleno; de la Evocación de Píndaro, de Salomón de la Selva; poemas de Eunice Odio, unas escenas de Casi sin rozar el mundo, “alta comedia en 3 actos y 4 cuadros” de Efrén Hernández, algo de Margarita Michelena, y se lee un curioso comentario editorial sobre la carrera mexicana por el Nobel literario en la que a Alfonso Reyes ya se le emparejaba Octavio Paz… y como América no apostaba ni por uno ni por otro surgía la pregunta de “si no habrá en resumidas cuentas alguien con más elevadas virtudes que los dos”.
Millán fue amigo de Neruda, y refería, apenado, la vez en que su esposa, al ver que el poeta chileno se le venía encima en un abrazo efusivo mientras daban varios un paseo en lancha, mediante un empujoncito lo echó al lago de Chapultepec… aunque se dice también que fueron los celos de Millán los que hicieron que el autor de Residencia en la tierra mudara momentáneamente esa residencia terrestre por el lecho acuático.
Se recuerda a Millán, sobre todo, al lado de Efrén Hernández, uno como director y el otro como codirector de América, uno de gran altura y el otro bajito, cual pareja cómica. A su vez, en alguna oficina pública Efrén se encontró con un hombre silencioso; de mirarle el rostro, se le ocurrió que escribía en secreto. “Nadie supiera nada acerca de sus inéditos empeños”, resumiría luego en América, “si yo no, un día, pienso que por ventura, adivinara en su traza externa algo que lo delataba; y no lo instara hasta con terquedad, primero, a que me confesara su vocación, enseguida, a que me mostrara sus trabajos, y, a la postre, a no seguir destruyendo”. Sin Efrén, pues, “La cuesta de las comadres” (que apareció en el número 55 de América, febrero 29 de 1948) habría ido a parar al cesto de la basura.
Rulfo fue, así, uno de los descubrimientos de la revista. Y se dio la circunstancia, según refiere Millán, de que al mismo tiempo el jalisciense ofreció el original de El Llano en llamas al Fondo de Cultura y América, y que en ambas editoriales se levantó la tipografía, lo que ocasionó alguna molestia en Millán y Efrén al saber que el libro de cuentos de Rulfo en el que trabajaban ya estaba en librerías.
En sus memorias, que son una suerte de “vida contada”, Millán se inventa a sí mismo, según el viejo poema de Nezahualcóyotl que sirve de epígrafe, y reinventa a su vez toda una época de nuestra literatura.

Enero 2010

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