martes, julio 14, 2009

“El artista es siempre un descontento”

Su voz es su poesía y algo más, pues la ha educado también para el oficio de locutor. En los diálogos con Eduardo Lizalde (quien esta semana cumple ocho décadas de vida), surgen al vuelo definiciones de lo que ha ido encontrado en el camino por sus visitas a la palabra, posturas literarias y existenciales que han cambiado desde su joven arranque “poeticista”. De esas charlas con Lizalde, realizadas en épocas diversas, se extraen aquí las líneas siguientes, en las que el autor de Cada cosa es Babel (1966), El tigre en la casa (1970), La zorra enferma (1974), Caza mayor (1979), Al margen de un tratado (1981-1983) y Tabernarios y eróticos (1989), entre otros títulos, revisa su obra publicada, y apunta algunas de sus constantes: la violencia verbal, el sarcasmo, la multiplicidad, la cacería como metáfora plural… Reconoce en estos días la deuda con sus lectores del tan anunciado libro sobre Joyce y la ópera, que espera poder terminar.

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Hay violencia en toda mi obra, como la hay en toda la literatura contemporánea. El artista es siempre un descontento, un inconforme, en eso se distingue del hombre de Estado. El estatus es permanencia; el arte no permite el estatus, sino lo contrario: la inestabilidad, la irregularidad. En el momento en que no ocurriera esta inconformidad, desaparecería el arte. El artista es siempre un crítico de su propia realidad y de la realidad del mundo (que sin duda no es como para celebrarse). El mundo es depresivo y deprimente. No digo que lo sea la vida de todo artista; la mía por lo menos, no.

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Cada cosa es Babel, el libro inicial de Memoria del tigre, no es estrictamente mi primer libro, sino el primero que he considerado digno de una antología. El tigre en la casa fue concebido como un largo poema sobre la cara oscura del amor. La zorra enferma es también otra unidad, una visión de los aspectos oscuros del mundo amoroso, político, económico, social, etcétera. Es casi un libro de material crítico. Creo que no he escrito ningún libro misceláneo, por eso me tardo tanto en la realización de todos ellos. Si se examina Caza mayor, que se publicó junto con El tigre en la casa, podrá verse que se trata de dos tigres distintos. Caza mayor fue escrito veinte años después de El tigre en la casa, y no es un libro sobre el infortunio amoroso, habla de la muerte, de la condición mortal del hombre en su conjunto y el desastre que amenaza con la desaparición de la especie. La metáfora es el tigre en tanto joya, pero también instrumento criminal y símbolo, incluso bíblico, de muerte y belleza. Como el hombre, también el tigre está desapareciendo. ¿Cuál es la caza mayor? ¿Qué se caza cuando uno va tras una gran presa? Un tigre, no una mosca. La del hombre es la verdadera caza mayor.
En El tigre en la casa ocurre en forma distinta. No hay más que una sola imagen. ¿Qué es el tigre? Es el infortunio, la muerte, sí, pero también la belleza y el amor, también la pasión carnal. El tigre es una metáfora plural. Cada cosa es Babel parece un poemario más frío, me llevó casi seis años de escritura. Es casi un poema de juventud: empecé a redactarlo cuando tenía veintidós años. Este libro fue producto de una transformación de mi concepción estética. Era también no una polémica sino una forma de escapar a la influencia poderosa de la línea representada por Octavio Paz, y antes, principalmente, por José Gorostiza y, antes con Paul Valéry, a propósito de la forma y el contenido, “la forma en sí que está en el duro vaso”, etcétera. Era un libro de confrontaciones poéticas. Se puede caracterizar lo que uno hace, pero uno no puede calificarlo. Lo que puedo decir es que mis libros sí tienen unidad, que La zorra enferma no es un libro misceláneo, que está dividido en secciones pero el tema es único. Es incluso el más largo texto que he publicado.

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Toda literatura es un diálogo. Creo que soy leal a los autores, los incorporo al contenido del texto. En general el escritor intenta eludir sus influencias, porque evidenciarlas parecería una imitación servil. Pero si ha rumiado una gran cantidad de obras, si ha logrado asimilar un considerable proceso cultural, ya no tiene escrúpulos para declarar sus precursores. Es absolutamente falsa la idea de que hay que leer poco para ser original. Un lector temeroso es mucho menos original que uno que se entrega con pasión a la lectura, porque aquél asume inconscientemente todo tipo de imitaciones y cree descubrir lo que no ha descubierto. Cuando yo tenía catorce años me consideraba un genio de extrema originalidad, y eso que fui un lector precoz. Al cumplir los veinticinco ya había leído una buena cantidad de libros, y comprendí que era un ignorante y que no estaba inventando absolutamente nada. Esa es la angustia fundamental de la creación artística: ¿para qué escribir un libro si no se aporta nada nuevo a las grandes visiones monumentales que están detrás de nosotros? Esa es la angustia.

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El poeta es siempre varios poetas. Cuando se habla de Fernando Pessoa como constructor de heterónimos, aquel que incluso concibe biografías ajenas a las suyas con fechas de nacimiento, nombres de pila y apellidos inventados, lo que está haciendo es lo que en el fondo hace todo poeta: expresar su propia multiplicidad. Pessoa es uno de los grandes poetas de los últimos siglos, no sólo del siglo XX, quizá el más grande en lenguas hispánicas. Un crítico como Jakobson afirma que a Pessoa sólo se le puede comparar con Stravinsky o Picasso, o personajes de este tamaño, revolucionarios artísticos, fundadores de eras. Son raros quienes sostienen un estilo a lo largo de treinta años de trabajo; uno de estos casos es el de mi contemporáneo y amigo Marco Antonio Montes de Oca (excelente poeta, por otra parte), que ha escrito prácticamente el mismo poema. Claro, no es exactamente cierto: siempre hay modificaciones y cambios, pero hay también un estilo más o menos continuo en la obra entera de Montes de Oca, un solo temple, una sola vena. Lo mismo se podría decir de Jaime Sabines, otro gran poeta, de vigor originalísimo. En cambio, esto no es cierto en Octavio Paz, que es un poeta plural, múltiple, con una gran cantidad de facetas, rostros, ángulos. Ocurre igual con Ezra Pound y, en menor medida, con el propio Pablo Neruda. Yo no sé qué valor tiene mi trabajo, pero pienso que soy sin duda un poeta múltiple.

Julio 2009